El paso de Del Paso
PALINURO Y DON AUGUSTO
Don Augusto tomó en sus manos el grueso volumen de más de 600
páginas. Se sorprendió de que pesara menos de lo que parecía,
dado lo aparatoso del ejemplar. El título no le decía mucho pero lo
quiso leer porque una amiga se lo había recomendado meses atrás
“…tardé como un año en terminarlo” le dijo aquella vez. Y ahora ya
tenía el suyo porque atendiendo a sus veladas sugerencias, su
mujer se lo obsequió en Navidad.
Miró la portada: sobresale del fondo blanco una caprichosa forma
vegetal llena de nervaduras, filamentos y figurillas sorpresivas que
permite imaginar el interior de un neofruto surcado de guías y
contornos estrambóticos y fascinantes, obra artística del mismo
escritor, firmada en 1974.
“Palinuro... de México” leyó. “Bien… iniciemos la aventura”.
Jamás imaginó don Augusto que el universo cotidiano podría
modificarse tanto a partir de un cúmulo de papel impreso como ese
que tenía en las manos. Palinuro, el personaje que habla en
primera persona o en tercera en referencia a sí mismo deambula
por un México insólito, desbordado, profundo, policromo. Además
es un México privado que se hace público bajo el signo de la
desmesura, de la mano de la imaginación desbordante del mismo
autor.
El lenguaje médico del libro le sorprendió y también le fascinó.
"Yo podría haber sido un buen doctor, ya lo he mencionado antes"
se dijo, ufano, don Augusto. Y descubrió la para él impecable idea
de Palinuro sobre esta vocación: el médico como todas las
profesiones juntas: el abogado que te defiende de la muerte, el
ingeniero que construye puentes y atajos, el químico que hace
fórmulas en tu cuerpo, el arquéologo que indaga en tus ruinas
humanas y las explora para intentar reconstruirlas...
Equilibrado entre la barriga y el pecho de don Augusto,
acompañado de cacahuates, nueces, arándanos y dulces uvas
congeladas, de café por las mañanas o limonada con chía por las
noches, el volumen de Palinuro de México se leía solo, como por
arte de magia, ante los ojos de este lector, cincuentón feliz que
desea vivir doscientos años –para poder tocar en la guitarra algún
día la música completa de los Beatles con los amigos con los que
ensaya puntualmente– y también para terminar los otros libros que
ya comenzó, para conocer el Hermitage, para disfrutar del mar en
una cabaña ecológica en las inmediaciones de Telchac puerto y
para recorrer París en bicicleta.
Con la lectura de Palinuro, don Augusto se sentía a diario como
invitado cada vez a una nueva fiesta de excesos y descontrol
alucinantes, donde los otros comensales eran hordas de términos y
palabras y referencias nuevas, seductoras y atrayentes que
sacudian su imaginación. Para no llegar desarmado a tal
celebración, el invitado se apercibía con su viejo Larousse y su
modernísima "app" de la RAE y un lápiz de punta suave con el que
atenazaba las entrelineas de su ya no inmaculado ejemplar. Fiesta
de tentaciones lingüísticas, de sinonimias atrayentes, de
metafóricas tertulias con la palabra y el pensamiento.
De su libro, Don Augusto quería conocerlos a todos, por ejemplo a
don Próspero, el General que tenía más ojos de vidrio de los que
podía contar, uno para cada ocasión, y quien al enternecerse y
llorar debía extraerse el suyo para secar su cuenca y entonces
regresar -ya fuera ése u otro más adecuado a la ocasión- el
protésico objeto a su lugar asignado.
Pero sobre todo, don Augusto quería descubrir alrededor de la
página 230 los "triunfos azules" en la mirada de Estefanía, la prima
y amante de Palinuro, de Del Paso, de México, inspiradora de las
fantasias intimas más psicodélicas del personaje, la de las pestañas
rizadas de risa y la lengua de charol rojo y filoso; quien hizo las
veces de ángel para muchos pero sin alas de verdad salvo aquella
vez "que fue un ángel de mentiras" porque en la escuela actuó de
ángel de la guarda de sí misma.
Lee don Augusto que en la casa hubo un gran revuelo de alas
"...alas también rojas como las alas de la Virgen pintada por
Fouquet, como sugirió don Próspero".
Lee de aquellas "alas tricolores como las alas de los ángeles que
sostienenen la media luna de la Guadalupana, como pidió el abuelo
Francisco" y de las "alas pardas con ojos de pavorreal como los
ángeles pintados por Filippo Lippi, y alas blindadas como las alas de
los ángeles de Perugino, tal como quería el primo Walter".
Y allí no terminaba, porque seguían las "alas doradas como las alas
del arcángel Gabriel pintado por Masolino da Penicale, y alas en
explosión como los ángeles del Tintoretto, tal como se le ocurrió a
la tía Luisa". Finalmente, antes de llegar al párrafo en el que un tío
de Estefanía le fabrica unas alas que le dieran gusto a todos, don
Augusto leyó de las "alas grises como las alas de los ángeles que
pintó El Greco, según pensó la abuela Altagracia". Y en su
duermevela, escucha don Augusto un batir alado. Y cree ver una
pluma a merced del viento de su ventana vecina...
Ahora que sabe que Del Paso vendrá a Mérida, don Augusto quiere
conocerlo. Ver de qué está hecho este misterioso generador de
párrafos infinitos cuya varita mágica es el lenguaje más insólito que
haya leido jamás.
El maestro Fernando del Paso había estado ya en esta ciudad de
Mérida hacía 15 años, en septiembre del año 2000. Dio una
conferencia en el Olimpo sobre "Los privilegios de Octavio Paz", se
dejó rodear de una serie de inevitables protocolos oficiales y
asistió en La Casa de España a la puesta en escena de una
adaptación de su obra "La muerte se va a Granada". Pero don
Augusto no tenía idea de todo esto. Es más, por aquellos dias
andaba fuera de circulación, así que ahora estrena la visita de "su"
escritor y se dispone a conocerlo como si fuera un regalo recién
inventado.
Con la dualidad ambivalente de Del Paso-Palinuro como constante,
el motivado lector toma el lápiz y subraya: "subcinericios". Después
de acudir al diccionario, relee la metáfora que acaba de hallar:
"...injertarse en la mejilla una lágrima de cristal". Así, mientras llega
el día del encuetro, la fiesta prosigue cada noche y cada amanecer,
con el surtidor inagotable de ese cuerno de la abundancia que es la
palabra, coloreada generatriz de su propia riqueza.
* * *
Duermen tranquilos don Augusto y Palinuro. Pero no todo es
calma... en un vecino librero lleno de páginas vírgenes, otra
voluminosa promesa parece esponjarse y palpitar… se hace notar
entre el silencio, como aquel corazón delator de Allan Poe. En la
portada se lee “Noticias del Imperio, de Fernando del Paso”.